Las
inclemencias meteorológicas previstas
para lo que iba a ser nuestro destino para el puentazo de la Constitución (Castellón y Peñíscola), nos obligaron a
cambiar de destino. Curiosamente el mal tiempo iba a predominar el lunes y el
martes en toda la costa levantina y andaluza mientras que en la costa atlántica
y gallega el tiempo previsto iba a ser bueno.
Así que
decidimos ir a Ribera Sacra, destino que tenía pendiente desde hacía ya algunos
años, aunque lo tuve que preparar un poco atropelladamente.
Así partimos
el domingo por la mañana para llegar a
Orense, a las termas de Outariz que ya
conocíamos de años atrás, a las 17 horas (42.348545; -7.911959). Tomamos
nuestros bañadores y toallas, y directamente a darnos un baño.
Y para ser un
domingo por la tarde, los huecos para las autocaravanas eran más bien escasos.
Disponibles tan solo dos o tres y el aparcamientos donde estaban los turismos
también estaba bastante completo.
Después de
relajarnos a 42ºC, regresemos para dar un paseo a Tula, cenar e irnos a la cama
prontito, a eso de las 22 horas.
Lunes, 5 de diciembre
Noche
tranquila. A las 8 empiezo a levantarme. El día de hoy es algo denso ya que
para el martes a las 11,30 tenemos reservado un barco que navegaba por el Sil y que partía desde Doade, ya que desde
Santo Estevo de Rivas, el más popular, estaba completo para hoy y antes de
embarcar tendríamos que haber cargado y descargado aguas en Castro Caldelas,
última área de servicio disponible en nuestro recorrido hasta regresar a casa. Después, la más cercana era la de Monforte de
Lemos y se desviaba algo de nuestra ruta trazada por la ribera del Sil por el
lado orensano primero y luego lucense. Así que hoy íbamos a intentar llegar a
pasar la noche a Castro Caldelas. Para ello tendríamos que recorrer la ribera
de Orense.
Partimos un
poco después de las 9 y con niebla,
niebla que nos acompañó mientras ascendíamos rumbo a nuestro primer destino, el monasterio de Santo Estevo de Rivas,
que actualmente es parador. Según nos
separamos del río y dejamos atrás la ciudad, la niebla comienza a disiparse
hasta hacerse la luz.
Circulamos por
carreteras relativamente cómodas entre bosques de castaños y robles. Una desviación nos conduce al monasterio por
una carretera descendente pero casi sin darnos cuenta nos encontramos frente a una pronunciada pendiente de bajada. Me
detengo y decidimos aparcar allí en un hueco para bajar andando.
La vista desde
allí es espectacular: tenemos los rojos
tejados del monasterio y las torres de la iglesia elevándose hacia el
cielo, y alargando nuestra vista, las nubes que han inundado todo el cauce del
rio Sil marcando su recorrido e impidiéndonos también ver la profundidad del
cañón. Frondosas laderas cubiertas de vegetación otoñal pintadas de colores
ocres tapizan las empinadas riberas que
vertiginosamente se precipitan al rio. Aunque perdemos en grandiosidad, ganamos
en belleza
Bajamos ahora
al monasterio, convertido en parador nacional. En el claustro, han acristalado
las tres plantas de un lado por lo que los huéspedes disfrutan de su café
matutino sin sufrir el fresco que a estas horas de la mañana reina.
Fundado entre
el 550 y el 555,
su etapa de mayor esplendor fue en el siglo X sufriendo después los efectos de la desamortización en
el siglo XIX. Posee elementos románicos, góticos, renacentistas y barrocos. Pero exceptuando
la entrada, el claustro y la iglesia de
origen románico, no encontramos nada de relevancia por lo que a mi juicio no
merece mucho la pena bajar ya que a lo
largo de nuestro recorrido encontraríamos miradores y paisajes mucho más
impresionantes y hermosos que los que vimos desde el monasterio, pese a que la
bruma nos impidió disfrutar de ellos.
Teníamos ahora
que afrontar la salida con una subida bastante pronunciada y con la carretera
húmeda, pero, fue más el pensarlo que hacerlo ya que lo hicimos sin mayor
problema poniendo rumbo al monasterio de Santa Cristina.
Llegamos cerca
de Parada de Sil y dejamos atrás el camping en dirección al Monasterio de Santa Cristina. Alguien
nos había aconsejado ir andando desde
aquí porque la bajada decía, era difícil. Pero la distancia era considerable,
así que decidimos continuar. En nuestro camino paramos en un pequeño mirador
donde preguntamos a una pareja que subía quienes afirmaron que no había problema
alguno y que ya en el monasterio podíamos dar la vuelta.
Y excepto un
par de curvas cerradas, y supongo que después de la experiencia del descenso al
monasterio de Santo Estevo, nos pareció casi un paseo. Después de pagar 1 euro
por cabeza, bajamos por una corta senda que discurría entre un frondoso bosque
de castaños. Nuestra amiga peluda pudo acompañarnos en nuestra visita.
Tengo que
decir que este monasterio cierra los lunes. Pero hoy no lo hacía. Antes de
bajar me informe por teléfono. No están estas carreteras para pasearse por
ellas de forma innecesaria, no por su estado, sino porque su ancho es limitado
y el trazado sinuoso.
Desde el siglo
X se tienen noticias de la existencia de este monasterio aunque la construcción
arquitectónica conservada data de los siglos XII y XIII. Pertenece por tanto al
románico gallego, siendo una de sus joyas arquitectónicas y enclavado en
un entorno de extraordinaria belleza.
Accedemos a la
iglesia cuyo interior es plenamente románico, de finales del siglo XII. Tiene
planta de cruz latina, con una sola nave más crucero En el interior del
ábside central se conserva una serie de pinturas murales clasicistas.
Anexa a la
fachada hay una preciosa portadita románica que daba acceso al claustro. En las mochetas del arco aparecen dos
personajes humanos -quizás ángeles o profetas- llevando libros en sus manos
Del claustro
quedan dos pandas (lados) en pie. Son del siglo XVI, y se articulan mediante
arcos de medio punto Su austeridad y equilibrio permiten no desentonar con la
arquitectura románica del templo.
Algunas
estancias han sido reconstruidas y se puede dar un corto paseo por él
imaginando como habrían sido estas unos siglos atrás.
Después bordeamos el monasterio por fuera admirando los canecillos y recogiendo castañas, pequeñas, pero deliciosas.
Lo dejamos atrás escalando la carretera hasta el camping donde dejamos aparcada la autocaravana (42.389784; -7.588490) para recorrer unos metros de una senda que sale en la esquina de una vivienda después del camping y que va por detrás de éste acercándonos al mirador de As Xariñas o de Castro, que resultó ser uno de los más espectaculares de la ruta en los que hemos estado, ya que aparece literalmente colgado sobre el vacío con unas grandiosas vistas de vértigo y de las que disfrutamos en completa soledad.
Ahora nos
dirigimos a los “Balcones de Madrid”,
otro mirador cercano. Una carretera nos acerca unos tres o cuatro kilómetros al
aparcamiento de un campo de futbol donde dejamos la autocaravana para después
de unos 200 metros asomarnos a estos “balcones” privilegiados sobre la ribera
del río Sil descubriendo un hermoso y espectacular paisaje en donde el río se
extiende a nuestros pies a derecha e izquierda.
El paisaje es
magnífico. Un barco navega por el fondo
y deja su estela en las tranquilas aguas. Debe ser el que tomaremos nosotros
mañana y que por la hora debe estar de regreso. Las laderas aquí no son tan abruptas como unos
kilómetros atrás. Son un poco menos pronunciadas, más suaves y la vegetación
otoñal las cubre. Vemos también algunos viñedos cultivados en terrazas y frente
a nosotros el monasterio de Nuestra Señora de Cadeiras a donde queremos ir mañana.
El otoño nos
regala con sus colores dorados, marrones, rojos y el día es claro dejando pasar
la luz del sol. El paisaje es espectacular.
Ahora
regresamos a Parada de Sil donde se han instalado las “pulpeiras” con enormes pucheros
en los que cuecen el pulpo a las puertas de bares o restaurantes. Una delicia culinaria que no queremos
perdernos, así que aparcamos y elejimos uno de los puestos junto a un bar. En su interior pedimos unas cervecillas con
un poco de pan que regaron una ración de un exquisito pulpo que degustamos en
una mesa bajo un sol brillante mientras charlábamos con algún lugareño.
Proseguimos
nuestro camino hacia las pasarelas del río Mao a donde llegamos alrededor de
las 14h. Aparcamos..., donde pudimos, ya que no existe un sitio específico y
hay que utilizar los apartaderos en la misma carretera (42.374865; -7.497946).
Decidimos comer, descansar y después hacer esta ruta.
En la
denominada “fábrica de la luz”, un poco por debajo de la carretera, comienzan
las conocidas como “Pasarelas do Mao”,
un paseo construido en madera y que cuenta con rampas, escaleras y un mirador
que durante un kilómetro siguen el curso de este rio encajado en pronunciadas
pendientes tapizadas de una densa y variada vegetación que el otoño no ha
conseguido aun desnudar.
El paseo es
agradable y muy cómodo. Escaleras van salvando el poco desnivel que hay hasta
depositarnos al mismo nivel del rio.
Durante el
trayecto multitud de didácticos paneles explicativos nos hablan de la
vegetación y fauna de la zona. Pero sobre todo lo que a mi me fascinaba eran
las pronunciadas pendientes cultivadas de viñas y que podíamos ver frente a
nosotros.
Una vez al nivel del rio, el camino continúaba hacia los caseríos cercanos y supongo que hasta la misma desembocadura del río Mao en el Sil, pero decidimos regresar poniendo rumbo a Castro Caldelas.
El navegador
nos enviaba dando una gran vuelta de unos 20 km en vez de acortar por otra
donde la distancia era menor, la mitad, aunque el tiempo estimado era el mismo.
En Cristosende
tomamos la decisión de ir por donde el navegador nos indicaba. Ya no teníamos
muchas ganas de toparnos con más carreteras estrechucas. Por hoy, había sido
suficiente así que por carreteras que comparadas con las que habíamos
transitado todo el día parecían casi autovías,
llegamos a nuestro destino, al área de servicios de Castro Candelas (42.37472 / -7.41806).
Las indicaciones
del navegador no fueron correctas ya que pretendía meternos por calles con
sentido prohibido, pero conseguimos llegar. Tan solo una autocaravana francesa
y el lugar es estupendo. Bien situada, tranquila y casi en el centro, pero…muy
descuidada. Más, sucia o más que sucia hasta tal punto que tuvimos que vaciar
el wáter por la rejilla de las aguas grises ya que el sitio apropiado para ello
rebosaba, y lo digo en sentido literal.
Nos dimos unas
buenas duchas y nos preparamos para dormir.
Martes, 6 de diciembre
Tras una
tranquila noche, llenamos y vaciamos depósitos y nos dirigimos al embarcadero
parando antes en una bodega que encontramos en la misma carretera para comprar
una par de botellas de vino de esta zona, de la ribera del Sil, del que ya yo
había oído hablar y donde las opiniones sobre él son a veces algo divergentes.
Allí pregunté a las jóvenes que nos atendieron como recogían las uvas y nos
dijeron que “a mano”, que ellos estaban acostumbrados a hacerlo y que los
sistema de railes a lo largo de la ladera por donde subían y bajaban las
carretillas o vagonetas eran muy caros teniendo a veces que salvar rocas o
roquedales por lo que no resultaba rentable. Que los de la tierra no se
asustan, pero sí los de fuera. Y no es para menos porque yo de verlo solo me
canso ya. He oído o leído que en algunos sitios la pendiente es de 70º y a
veces recogen la uva atados con cuerdas y que no es el primer accidente y
mortal que ha habido recogiendo el fruto.
Llegamos un
poco antes de la hora indicada –con más de media hora de antelación sobre la salida del barco- al embarcadero
(42.410176; -7.443299) y menos mal porque no hay un aparcamiento en sí, tan
solo una línea en batería a lo largo de la carretera y nosotros, al ser más
largos, tuvimos que ocupar casi dos plazas, las últimas que quedaban.
Habiamos
realizado la reserva (http://reservas.rutasembalses.es/; Email: catamaranes.turismo@deputacionlugo.org;
Central de Reservas: 982 260 196 ) telefónicamente y una vez
allí la comprobaron y la abonamos. A la
hora de partida nos fueron llamando por nuestros nombres hasta llenar el barco.
Y al igual que
en la mañana de ayer, la niebla se ha instalado sobre el río. Nos dicen que
creen que abrirá pero no pueden garantizarlo. De hecho, comenzamos con ella.
El barco tiene una cubierta abierta, donde se instala la mayoría, y otra parte cerrada y acristalada que permite salir al exterior, donde nos quedamos nosotros. La niebla aumenta la sensación de frío y me temo que cuando comencemos a movernos sea mayor.
El recorrido parte desde este embarcadero de Doade hasta el Monasterio de Santa Cristina y dura unas dos horas surcando este profundo cañón. En los primeros kilómetros disfrutamos de un paisaje poblado de viñedos de la Denominación de Origen Ribeira Sacra, que vemos cultivados en pendientes de gran desnivel y principalmente en la ribera Lucense, ya que el río Sil separa las provincias de Orense y Lugo. Una guía nos va contando lo que vamos viendo aportándonos también todo tipo de información adicional sobre historia y cultura de la zona.
Así nos dice que los naranjos y algún que otro limonero que observamos en medio de las viñas son para detectar plagas ya que estos frutales son más sensibles que las cepas. Las pequeñas viviendas que vemos son tan solo estacionales, ocupadas para la cosecha ya que son explotaciones muy familiares.
El barco se va
abriendo paso por el Sil y la niebla se va disipando, desgarrándose y
disolviéndose mágicamente entre las laderas que nos flanquean. La luz se abre
paso y comenzamos a vislumbrar las cumbres que nos rodean y alguno de los
miradores
De pronto, en
mi memoria aparecen imágenes de los fiordos, del trayecto que hicimos por el
fiordo de la luz. Esto quizás no es tan tan espectacular, pero si es muy bello
y no desmerece nada a este fiordo. Es una belleza más de “ir por casa o en
zapatillas” más sencilla y quizás no tan grandiosa pero no menos hermosa.
Atrás dejamos
la espectacular desembocadura del rio Mao, donde ayer estuvimos haciendo la
senda de las pasarelas.
Poco a poco
las laderas más abiertas y cultivadas de vides van cerrándose y dejando paso a
otras más escarpadas y casi verticales.
Y sigo viendo
bonitas estampas de frente, a derecha...retales de niebla que se resisten a
desvanecerse. Cormoranes, y alguna que otra garza que levanta el vuelo al paso
de nuestro barco. El frío inicial ha cedido algo ante el sol y podemos
disfrutar más desde fuera. Es un delicioso paseo muy aconsejable.
A la hora de
haber comenzado y cuando avistamos el Monasterio de Santa Cristina el barco da
la vuelta y comienza el regreso. Ahora disfrutamos de un sol brillante y de una
atmosfera transparente y clara.
Durante el
regreso aprovechamos para preguntarle a nuestra guia por lugares, pero sobre
todo la pedimos información sobre el “tamaño” de las carreteras por donde
pensábamos conducir. Así nos desaconseja el mirador de Boqueiriño y Cividae y
lo mismo con la carretera que sube paralela por la margen derecha del río Miño,
por donde pensábamos ir hasta el Mirador de Cabo do Mundo.
Dos horas más
tarde damos por terminado este más que aconsejable paseo con un valor
paisajístico y cultural nada desdeñable.
Desembarcados
ya, tomamos la autocaravana y ponemos rumbo al mirador de Pena de Castelo (42.412857, -7.467789) por la parte
Lucense, pero en nuestro camino nos
encontramos con el de Soutochao en
la misma carretera que asciende hasta Doane.
Además de las
hermosas vistas, aquí podemos ver de cerca las viñas y la perfección o casi
perfección con que están construidos los bancales. Y el trabajo de generaciones
y generaciones de viticultores.
También los rieles de las vagonetas que deben de subir y bajar con las uvas por la ladera
También los rieles de las vagonetas que deben de subir y bajar con las uvas por la ladera
Si ayer
circulamos por la margen orensana del río sil, ahora lo hacemos por la lucense
deshaciendo nuestro recorrido de ayer, para luego subir un poco por la ribera
del río Miño.
A lo largo de
la carretera que nos lleva a Doane también vemos pequeños apartaderos junto a
escaleras que ascienden a los viñedos por lo que suponemos que aquí deben cargar
los camiones con las uvas. En algún lugar una pequeña grúa para, suponemos,
hacer la operación de carga. También leo que algunos viñedos lo hacen a través
del río.
Por esta
estupenda carretera llegamos a Doade y allí seguimos la indicación que nos
dirige al mirador de Pena de Castelo. Cuando llegamos cerca de una bodega vemos que
señal nos introduce por un camino así que decidimos dejar la autocaravana en un
apartadero y dirigirnos andando.
Y a unos 200
metros descubrimos un espectacular soto de castaños milenarios. Su tamaño era
impresionante con perímetros descomunales. Incluso uno, cuyo interior estaba
hueco, permitía que se pudieran introducir varias personas. Había cerca de una
decena o docena. Y vivos. Si bien es cierto que en Galicia se pueden contemplar
con relativa facilidad enormes castaños, estos son absolutamente
espectaculares. Si a esto añadimos el mirador, el paseo resulta más que
recomendable.
Después de
disfrutar de este regalo de la naturaleza, continuamos nuestro camino por una
pista forestal hasta un aparcamiento donde se puede llegar con coche y que
permite también dar la vuelta, aunque el ancho del camino es limitado. Desde
allí ya hay que ir andando y nosotros continuamos nuestro camino. En un momento
determinado se bifurca en dos, hacia el
mirador del Conde o hacia el de Pena Do
Castelo y elegimos este último a donde llegamos unos minutos después. La distancia que cubrimos andando sería de un
kilómetro o kilómetro y medio desde donde dejamos la autocaravana. Desde el aparcamiento, unos 500 metros o
menos.
Ascendemos al
mirador y contemplamos un panorama impresionante, aunque tengo que confesar que
no es de los mejores ya que no está del todo asomado al vacío. Hay una pequeña
ermita, la de San Mauro, y un merendero. A nuestros pies, el impresionante
cañón y frente a nosotros, la ladera orensana. La luminosidad del día añade
mayor belleza al lugar.
A nuestro
regreso decidimos llevar la autocaravana al soto para comer allí, arropados por
la sombra de estos gigantescos y longevos ejemplares de castaño, testigos mudos
de muchas historias y vidas. ¡Si pudieran hablar!....Pasaba ya 10 minutos de
las 15 horas, así que no debíamos demorarnos más.
Y arropados
por la paz de este lugar tan especial y único, disfrutamos de nuestra comida así
como de un pequeño descanso y sobre las
16,30h partimos rumbo a otro mirador, al del Santuario de Nuestra Señora de las Cadeiras. (42.398999, -7.552135) pero nos dejamos atrás sin
darnos cuenta otro que nos había recomendado nuestra guía del barco, el de Os Chelos,
un poco después de Amandi.
La carretera es estrecha pero suficiente y se abre paso entre verdes prados salpicados de algún que otro roble o castaño. Un poco después de Lobios y antes de Pinol seguimos una señal que nos llevó hasta este santuario, en un sitio estupendo, con una gran explanada de singular belleza y donde hay además un bar (cerrado ahora) y una zona de picnic.
Este
monasterio barroco del siglo XVIII todavía tiene
sin terminar una de las torres de la fachada principal. No parece tener ningún
interés arquitectónico destacando solo por ser un lugar de peregrinación debido a los milagros que la tradición
atribuye a la Virgen.
Dejamos la
autocaravana para recorrer los 300 metros que nos separan de este mirador.
Frente a
nosotros el mirador de los balcones de Madrid donde estuvimos ayer. Y desde
aquí se contemplan unas vistas maravillosas, pero hemos estado en otros mejores
aunque si merece más la pena es por disfrutar de la excelente situación de este
Santuario
Frente a la
fachada del santuario y en un lateral, hay un amplio porche que leemos después
que era para cobijar a los canteros durante su construcción.
Atrás dejamos
el Santuario para retomar la LU-P-5903
rumbo al mirador de Santiorxo pero cuando nos asomamos a la carretera que allí
nos dirigía vemos que el ancho era más bien escaso así que decidimos continuar buscando un sitio para pernoctar y
pusimos rumbo a Bolmonte donde nos encontramos ahora. Al llegar Angel se detuvo
a preguntar a un lugareño por las carreteras que nos llevaban a los miradores
de Boqueiriño y Cividade allí indicados. Nos aconsejó ir al de Boqueiriño a unos 6 km ya que la que nos llevaba a
Cividade era muy estrecha.
Sorprendentemente,
y pese a que yo dije que se nos hacía de noche, Angel decidido puso proa para
allá comprobando luego que la carretera se hacía más estrecha permitiendo el
paso a un solo vehículo. Yo crucé los dedos, porque además la hora era la de
vuelta por lo que la probabilidad de encontrarnos con algún vehículo de regreso
era alta.
En silencio
fuimos acortando la distancia que se nos hizo eterna sobre todo cuando
desapareció la carretera de asfalto para convertirse en una pista forestal en buen
estado, y la noche se cernía sobre nosotros. Atravesamos zonas boscosas,
umbrías y húmedas, donde de existir,
podría haber aparecido alguna meiga, o duende, o trasgo.
Pero llegamos
al final ( 42.393438; -7.614130) y afortunadamente no nos cruzamos con ningún
otro vehículo y mucho menos con alguna inconsciente autocaravana como nosotros.
Desde Orense y la francesa de ayer, no
hemos visto ninguna más.
Y la verdad,
el mirador, el mejor que hemos visto: Una pasarela de madera se alarga hasta
quedar suspendida en el vacío. A nuestros ojos se abre un espectáculo grandioso,
con el Sil abajo, que se dibuja oscuro, las escarpadas laderas que se
precipitan hacia él y las lucecillas que tímidamente iluminan los pueblecillos
de la orilla orensana y que salpican el horizonte aquí y allá. Al fondo a nuestra derecha, una presa.
Hermoso sitio,
si no fuera por esta carreterucha. Hay que echarle algo de “inconsciencia” para
llegar con nuestros aparatos, pero merece la pena. Y lo que no comprendo es que
se dejen un dineral en hacer este
mirador que parece nuevo, y no inviertan en sus accesos.
Y regresamos.
Yo iba encogida: a seis kilómetros de la civilización, por una pista forestal,
transitando por algunas zonas boscosas muy húmedas y oscuras, y cerrándose la noche.
A veces
hacemos cosas inconscientes. Pero tiene su puntillo y tengo que confesar que si
no es por Angel y hubiera tenido que decidir yo, no hubiera venido.
Y llegando ya
a Bolmente, habíamos visto un apartadero en la misma carretera que conduce al
mirador de Boqueiriño, en el pueblo, y aquí nos hemos quedado (42.418755;
-7.596995). Por ahora no ha pasado ningún coche y esperemos que mañana por la
mañana sea así de tranquilo y nos permita descansar, pero no hemos tenido mejor
opción dadas las horas y la oscuridad que ya comenzaba a reinar.
Miércoles 7 de diciembre
20 horas.
Termas de outariz en Orense.
Aquí estamos
de nuevo, disfrutando de los pequeños momentos como este, que nos va ofreciendo
la vida, pero sobre todo, esta tierra tan hermosa, tan hospitalaria, tan
amable, tan bella.
Ayer cuando
nos fuimos a la cama, a las 22,30 habían pasado...dos coches y hasta las 7,30
de la mañana no oímos ninguno. Noche por tanto tranquila.
Partimos un
poco después de las 9 hacia los molinos (muiños) de xabrega. Y como me
viene ocurriendo últimamente, no había anotado las coordenadas así que pusimos
un municipio cercano a donde íbamos y que más o menos que me sonaba de haberlo
visto a través de google eart.
Circulamos,
como no, por carreteriñas, pero con buen firme y buena visibilidad así que si
nos cruzábamos con algún vehículo había sitio y tiempo de echarse a un lado. Y
carreteras muy hermosas, de pueblito o aldea en aldea y de vez en cuando
introduciéndonos en manchas oscuras de bosques poblados de espesa vegetación:
robles y castaños que ahora se pintaban de tonos ocres desprendiéndose de sus
hojas. El otoño aún no había terminado.
En un momento
determinado, en As Navas, paramos junto a dos caminantes y preguntamos por los
molinos. Suerte, porque acabábamos de pasarnos la carretera que nos llevaba a
ellos, así que dimos la vuelta y pusimos rumbo hacia el embarcadero de Os
Chancis aunque vienen indicados los muiños (molinos).
Una estupenda
carretera desciende hasta que encontramos el primer molino (42.419038;
-7.629066).
Dejamos la autocaravana y nos acercamos a él.
Un frío intenso nos sacude. Mucha humedad debido a la niebla que nos rodea y
como tampoco divisamos una senda clara,
desistimos de andar, como era nuestra primera intención, y decidimos
bajar hasta el embarcadero.
Pero una vez
allí, la niebla nos impide que descubramos las cumbres en las que las empinadas
laderas del Sil terminan, e incluso a veces el propio río.
Así que
decidimos regresar y aquí ya paramos en el primer molino, el más inferior. Y
cuando lo hicimos la niebla había levantado algo y supongo que también nos
habríamos aclimatado un poco a la baja temperatura y sobre todo, humedad,
porque entonces sí que nos apeteció dar un pequeño paseo por la senda que ascendía entre un bosque de robles ya casi
desnudos y que unía un molino a otro.
El río Xábrega
ha formado un espectacular y estrecho valle que se adentra en los mismos Cañones del
Sil en los cuales desemboca en forma de cascada. Antes de su
unión con el Sil, el río fue aprovechado durante décadas para la subsistencia
del pueblo y para ello fueron construidos varios molinos que forman parte de
una hermosa y corta ruta de 1,5 km que
discurre entre ellos.
Existieron
hasta 28 molinos de los cuales han sido recuperados hasta ocho en los años 2005
y 2010 formando una ruta hermosa y de gran valor etnográfico. Pasarelas y
barandillas de madera posibilitan disfrutar de este entorno de canales, presas,
puentes y caminos.
Y el entorno no tardó en cautivarnos. Era mágico.
Lo primero que dije es, algo ya poco original en mi, que no me extrañaría que saltara un trasgo o
elfo o algún duendecillo, si existieran: el musgo tapizaba rocas y roquedales
así como las paredes de granito de los molinos. Los helechos crecían aquí y
allá, los líquenes abrigaban con su
verde manto los troncos de los medio desnudos robles y el arroyo discurría
tranquilo y casi silencioso abriéndose paso sorteando obstáculos.
Y un silencio
total. Así nos animamos a caminar por la pequeña senda, con mucho cuidado ya
que la humedad del ambiente hacia resbaladizo el suelo, sobre todo sobre las
hojas que habían caído en las escaleras o pasarelas de madera.
Fuimos
descubriendo los canales, algunos alcanzaban una considerable altura, de hasta
metro y medio. Aun se conservaban casi perfectos. No era difícil imaginar el
agua circulando por estos canales y yendo de molino en molino. Uno en especial
nos llamó la atención ya que en su interior guardaba aun la tolva y las piedras
de moler.
Cuando nos
faltaban dos, los que ya habíamos visto al bajar hacia el embarcadero,
deshicimos el camino regresando a la autocaravana poniendo ahora rumbo a Gundivos, un pueblo ceramista por excelencia del que oimos ayer
hablar a la guía y que no teníamos previsto en nuestra ruta. Parece que aquí
hacen un tipo de cerámica única.
La cerámica ya
de por sí nos atrae siempre y si sumamos el calificativo de “única” lo hace casi irresistible así que, estando a
tan solo 8 km y sin desviarnos mucho de nuestro itinerario marcado para hoy, no nos lo pensamos dos veces
Circulando de nuevo por carreteritas llegamos a las “cuatro casas” que conforman Gundivós. Aparcamos junto a un bello edificio del siglo XVIII donde un cartel informaba del horario de visitas (10.30 a 13.30 h. y de 16 a 20 h) y varios coches estaban también aparcados cerca. (42º 26’ 50’’ N; 7º 32’ 21’’ W)
Los romanos se
llevaban el tinto de Amandi en ánforas de Gundivós. En los mejores tiempos, en Santiago de Gundivós,
parroquia de Sober, llegaron a trabajar a la vez unos 30 oleiros. Pero en la
década de los 50 del siglo pasado, desplazados por el plástico y el cristal,
los aperos domésticos de arcilla de Gundivós perdieron demanda. Los oleiros
tuvieron que emigrar, y sólo quedó uno trabajando en la aldea. La alfarería más
ancestral de Galicia, quizás también la más primitiva de España, hubiera
desaparecido entonces si no fuese porque, a finales de los 70, retornaron a la
parroquia los viejos oleiros reconvertidos durante décadas en cualquier otra
cosa. En 1980, se celebró en Sober la primera Feira do Amandi, y las jarras en
las que se sirvió el vino eran nuevas y de Gundivós.
Al fin de vuelta, cinco antiguos oleiros volvieron a sentarse delante del torno y
recuperaron la tradición sin caer en la tentación de adulterarla. Así respetaron
el sistema primigenio, de rueda baja, casi a ras de suelo, que había que
mantener girando con impulsos de la mano en lugar del torno alto o eléctrico. Así
que también continuaron trabajando en una silla de patas recortadas, un escabel
que obliga a modelar con los codos clavados en las ingles, el mejor punto de
apoyo para mantener el pulso sin cansarse. Y siguieron, además, usando la
arcilla autóctona, cociendo en horno de leña, ahumando las piezas para
ennegrecerlas, impermeabilizando los jarros con resina de pino y derritiendo
esta pez con fuego antes de verterla dentro de los cacharros. Ni siquiera
innovaron en los adornos,
Pero en la última década, tres de estos viejos artesanos murieron y los
otros dos se retiraron. Pero un joven de esta aldea, Elías González se resistió a seguir el camino de los otros
chicos del lugar anunciando que se metería en el taller de uno de los oleiros para aprender el oficio que había
sido de su bisabuelo.
Así compró y restauró este edificio, el rectoral de Gundivós propiedad de
la iglesia, rescatándolo de su ruina y
convirtiéndolo en un museo.
Y allí
encontramos a su dueño y ceramista del lugar (José Elías 626 966 280; http://www.rectoraldegundivos.com/)
rodeado de un grupo de turistas a los que enseñaba las instalaciones, en
concreto en el palomar, lugar peculiar donde las celdas donde anidaban las
palomas son vasijas de barro incrustadas en la pared. E invitados por él nos
sumamos al grupo.
Salimos entonces al hermoso patio central para que Elías nos mostrara cómo
y por qué esta cerámica adquiere su color negro.
Una vez que las vasijas están hechas
(en torno bajo) y cocidas, se procede a bañar su interior para
impermeabilizarlas, pero no se hace con plomo, como es lo habitual, si no con
resina seca, en polvo. Para que esta resina se derrita necesita calor, así que
prende unos matojos en el patio y calienta los recipientes girándolosa sus
llamas por lo que comienzan a adquirir este color negruzco. Cuando tiene ya una
temperatura adecuada echa la resina en su interior que derretida ya, se
extiende. Así exteriormente los recipientes son negros por el ahumado e
interiormente, brillantes por la resina.
Y sobre todo
me llama la atención el cariño y entusiasmo que Elías nos transmite en sus
explicaciones, explicaciones que habrá dado a cientos de turistas, otras tantas
veces más y parece no cansarse.
Nos trasladamos
después a la exposición donde nos fue explicando los distintos usos de los
tipos de vasijas que vendía: desde un “saca leches” -tremendamente curioso- pasando
por orinales, queseras, refrescadores de vino, jarras, jarrones...y las jarras
decantadoras, que era para lo que originalmente era esta cerámica, para
decantar el vino ya que estos recipientes no pueden someterse al calor (ni agua caliente) ya que se derritiría la
resina, así que eran lavados con vino. Decía que era más probable que sobrara
vino, que agua.
Los precios,
además nos parecieron asequibles, así que desde estas líneas animo a visitar
este lugar tan peculiar y a conocer a Elías, un joven y entusiasta emprendedor
que ha conseguido mantener que este oficio casi perdido y que tiene mi
admiración.
Ahora ya
partimos hacia Marce donde había localizado una ruta apetecible de un kilómetro,
la “Fervenza de aguacaida”.
Decidimos
seguir las señales que aparecieron en la carretera que resultaron no coincidir
para nada con las que el navegador marcaba para dirigirnos a unas coordenadas que
saqué de una página web, y que nos dejaron a unos 500 metros de Marce. (aproximadamente
en 42.515269; -7.702764 a lo largo de la LU-P-4107).La carretera que nos ha
traído hasta aquí en su tramo final era
toda una belleza, atravesando un umbrío y húmedo bosque pero estrecha y con
unas curvas que cambiaban de sentido
La senda
comienza aquí, pero apenas encontramos sitio para aparcar, no lo hay, y se
tiene que aprovechar la cuneta aunque tuvimos suerte ya que una furgoneta
abandonaba su lugar nada mas llegar nosotros, por lo que rápidamente ocupamos
su hueco.
Enseguida vimos
que la senda descendía en pronunciada pendiente y eso, no me gustaba nada
aunque decidimos continuar impulsados
por la curiosidad. Después de este pronunciado descenso, viene un trecho casi
plano así que, continuamos para descubrir después un hermoso y corto túnel de
acacias.
El paisaje era
hermoso, agradable; estábamos solos así que disfrutamos y cuando quisimos darnos cuenta tan solo 200
metros nos separaban del final, pero … ¡qué 200 metros!. Ante nosotros una pendiente
“rompepiernas” por la que había que descender además, con cuidado, para llegar
a una cascada que se precipitaba cayendo a unos metros del Miño.
Un sistema de
pasarelas y plataformas permiten disfrutar de ella. Yo preferí no sentarme
porque si no, no me levanto, así que enseguida iniciamos el duro ascenso que
hicimos de un tirón y los 1100 metros que nos separaban del aparcamiento los
cubrimos sin mayores problemas.
Las 14,30h, pero no era sitio para comer así que le dimos al navegador un punto cercano a nuestro siguiente destino, el mirador de Cabo do Mundo.
La carretera
parecía continuar para antes de Marce girar a la derecha. Ya conocíamos la
vuelta, si la hacíamos por donde habíamos venido, dura, así que nos aventuramos
con la buena suerte de que un lugareño, creyendo que íbamos a Marce, nos dijo que
allí se acababa la carretera así que aprovechamos para confesarle nuestras
intenciones y preguntarle por ella. Nos dijo que no tendríamos mayores problemas y que pusiéramos en el navegador la
localidad de Escairon y que un poco antes encontraríamos la desviación a este
mirador.
La distancia
la cubrimos en poco tiempo pero antes de llegar a Escairon vimos una señal que
nos indicaba hacia el museo etnográfico de Armeriz y Angel comentó que
recordaba que la guía había dicho que desde allí se tenía una hermosa vista del
Miño y del meandro que formaba, así que me paré para poder tomar una decisión.
Y volvimos a
preguntar y nos dijeron que para el mirador debíamos tomar justo la carretera
que estaba frente a nosotros que nos desviaba a la playa a Cova. Por segunda
vez en el día tuvimos suerte, así que nos introdujimos por esta carretera hasta
encontrar la señal del mirador (a lo largo de la LU-P-5807 en aproximadamente
42.562750; -7.670319).
Un camino nos
descendió unos 200 metros hasta este mirador pero…nos sentimos muy defraudados
ya que solo podíamos ver un trozo del
río Miño y nada de su meandro, que imaginamos abajo: la vegetación cercana lo
ocultaba a nuestra vista. Si lo hubiéramos sabido, no habríamos vecino. Resultó
bastante decepcionante. Quizás desde el museo etnográfico la vista hubiera sido
mejor, pero, no lo hicimos y eso que decidimos comer junto a su aparcamiento
pasadas ya las 15,30.
Después de
descansar, y previendo al ser víspera de un buen puente, igual o mayor afluencia de autocaravanas al aparcamiento de las termas de Outeiro que en
la noche del lunes, decidimos regresar
ya con tranquilidad. No obstante había intentado localizar en el mapa las
termas de chabasqueira donde el lunes, cuando dejamos la capital vimos
agrupadas varias autocaravanas aunque el sitio no parecía tan atractivo como el
de Outeiro.
Esta vez
entramos en Orense siguiendo el curso del río Miño, ahora al atardecer, sin
restos de niebla. Pero curiosamente cuando llegamos tan solo había dos
autocaravanas más, aunque ahora ya se ha sumado alguna que otra. Así que
pudimos elegir.
Con tranquilidad
nos cambiamos, tomamos nuestras toallas y con frío -el que no hubo el domingo-
hicimos los 500 metros que nos separaban de las termas. Y hoy, al ser más baja
la temperatura, también la columna de
vapor se levantaba más densa. Había menos gente y elegimos la poza inferior.
Allí estuvimos
sin tener noción del tiempo, con la luna iluminando el cielo estrellado,
disfrutando de un placer, pequeño, pero la vida está hecha de estas pequeñas
cosas que producen momentos deliciosos e inolvidables sobre todo después de un
día cansado y como broche casi final de unos días de escapada por estas siempre
mágicas tierras gallegas.
Jueves
8 de diciembre
Niebla, un día
más. Rumbo a San Pedro de las Rocas, en Esgos, muy recomendado (42,341584;
-7.713510)
Luego seguiríamos nuestra ruta de regreso a casa.
Después de una
subida por una estrecha, aunque corta carretera, llegamos a la explanada que da
a este monasterio, único por estar excavado en la roca natural.
Accedimos a un
recinto tosco, casi primitivo que sería asentamiento de los primeros eremitas
de estas tierras. Su valor no está en la
estética, si no en la peculiaridad del lugar, su situación y su historia.
La presencia
de los primeros ocupantes se remonta al año 573. Sus fundadores fueron siete
varones que escogieron este bello enclave para retirarse a una vida de oración.
La iglesia del monasterio, del siglo VI, es uno de los templos cristianos más antiguos que se conocen. Sus tres naves están excavadas en la roca. El techo de la nave central presenta una abertura por la que entra luz desde el exterior. Una pilastra hace las veces de altar. En la pared de la capilla de la izquierda, un reducido espacio de 5 x 3,40 m, se abre un hueco en el que se supone que estaba el sepulcro del caballero Gemodus, fundador del monasterio. En él se descubrió una pintura mural al fresco, datada entre 1175 y 1200, que muestra imágenes de los apóstoles y un mapamundi.
La iglesia del monasterio, del siglo VI, es uno de los templos cristianos más antiguos que se conocen. Sus tres naves están excavadas en la roca. El techo de la nave central presenta una abertura por la que entra luz desde el exterior. Una pilastra hace las veces de altar. En la pared de la capilla de la izquierda, un reducido espacio de 5 x 3,40 m, se abre un hueco en el que se supone que estaba el sepulcro del caballero Gemodus, fundador del monasterio. En él se descubrió una pintura mural al fresco, datada entre 1175 y 1200, que muestra imágenes de los apóstoles y un mapamundi.
En el suelo de
la iglesia y el atrio está excavados en la roca numerosos sepulcros.
El campanario del siglo XV está situado en la parte superior de una enorme formación rocosa de casi 20 m de altura que da nombre a este lugar.
Un camino que desciende por la pendiente de la montaña llega hasta la Fuente de San Bieito, también excavada en la roca.
Y de aquí rumbo a
casa a donde llegaríamos unas horas después sin nada que destacar.
Mª Angeles del
Valle Blázquez
Boadilla del Monte,
Febrero de 2017